lunes, 14 de noviembre de 2016


ALIMENTOS BUENOS – ALIMENTOS MALOS



Es bastante frecuente oír hablar de que un alimento es bueno o muy bueno y que otro es malo o muy malo.
Sin entrar en un estudio nutricional ni sociológico que podría ocupar páginas y páginas, se podría decir que no hay alimentos buenos ni malos, que en principio todos los alimentos son buenos, salvo los que contienen una sustancia tóxica para el ser humano, y que todos pueden ser malos nutricional o económicamente según las personas, las cantidades y muchos otros factores.
Si obviamos aquellos alimentos que son contenedores de toxinas, en algunos casos propias, en otros adquiridas por descomposición o contaminación, como las setas venenosas, los contaminados con metales pesados y los que se contaminan por aflatoxina producida por hongos que infestan cereales o frutos secos, todos los alimentos son buenos.
La bondad de un alimento u otro dependerá de su aporte nutricional y de su integración en una dieta variada y equilibrada, del coste que tenga (si es tan caro que nos limita el comprar otros alimentos necesarios no es bueno), de la forma de cocinado y de nuestros conocimientos para cocinarlo.
En el caso de los niños, haciendo una introducción progresiva y pausada de alimentos, sobre todo de aquellos alimentos a los que por evolución nos hemos acostumbrado en cada zona geográfica del mundo, no habrá alimentos malos. Es por ello que la nueva tendencia de “por si acaso” vamos a evitar que el niño coma alimentos con gluten, con lactosa, con fructosa, con proteínas de origen animal, con vísceras, etc, solo puede llevar a problemas nutricionales con carencias y déficits mas o menos graves que afecten a su desarrollo normal. El no utilizar ciertos alimentos sin haber comprobado una intolerancia o alergia, no solo no evita problemas sino que los puede causar.
El comer de todo desde la infancia favorece el correcto desarrollo del cuerpo, desde la dentición hasta un correcto ritmo intestinal. Además es una parte básica de la educación de los niños, haciendo que se acostumbren a nuevos sabores, olores, texturas, que ayudarán a madurar los procesos digestivos y metabólicos orgánicos.
El adjudicar la característica de bondad (utilidad o salud) o maldad (capacidad de causar enfermedad) a un alimento es algo típico de todos los tiempos, no es algo nuevo, ni siquiera moderno aunque esté de moda.
Según las modas y los conocimientos científicos, la valoración de los alimentos se ha ido modificando y han pasado cosas tan curiosas como que los pescados azules, antes comidas de pobres, son conocidos por su aporte nutricional y por combatir el aumento de colesterol en humanos. La quinoa, cereal que permitía sobrevivir a los habitantes del altiplano boliviano, ahora se consume en las cocinas de diseño de muchos restaurantes como si aportase mejores nutrientes que el arroz, o los distintos arroces; o que otros cereales como el trigo. El cerdo se convirtió en el “Maligno” de la nutrición, básicamente porque consume mucho alimento para desarrollarse y podía transmitir enfermedades parasitarias, cosa casi imposible en países como el nuestro gracias a los controles sanitarios-alimentarios; hoy día sabemos que el problema del consumo de los derivados del cerdo no está en ellos, sino en la cantidad, hacerlo de vez en cuando, y en la calidad de los mismos, un cerdo ibérico de bellota produce una grasa que no solo no aumenta los niveles de colesterol de la sangre más que la carne de otros animales de granja, sino que los puede bajar.
Y así podríamos seguir hablando de sustancias que aportan dulzor a las comidas como el azúcar derivado de la caña o la remolacha, la miel, la zanahoria, … . También de las legumbres que han alimentado a gran parte de la población de España y Centro y Norteamérica; las hortalizas como la patata que salvaron de la muerte durante décadas a irlandeses, españoles y habitantes de toda Europa, desde su importación de América.
Uno de los grandes problemas del ser humano, desde hace siglos y hoy también, es el que siempre intenta llegar a un concepto absoluto y maniqueo de bondad o maldad en todos los aspectos de la vida, perdiendo de vista que casi todo, por no decir todo, tiene partes buenas y no tan buenas, incluso a veces malas, y que esto depende muchos factores e intereses como la economía, los negocios, la educación, la necesidad de sobrevivir, el clima, la geografía, el aprendizaje, las ganas de conocer cosas nuevas, etc.