ALIMENTACIÓN Y RITMOS BIOLÓGICOS
Dentro de las ciencias biomédicas, unido a los estudios sobre
genética, sistema nervioso, hormonas, etc., se vienen estudiando desde hace
tiempo las variaciones cíclicas en la función de todos los órganos y sistemas
del cuerpo humano, así como de los animales. Estas variaciones es lo que se
llama, desde un punto de vista técnico, los biorritmos.
Ya se sabe que cada persona, en
función de su edad, sexo, carga genética, vivienda, trabajo, etc., presenta a
lo largo de su vida unos ciclos marcados, con mayor o menor variación, que
afectan a su ritmo de vigilia-sueño, secreción hormonal, preparación fértil,
capacidad de atención y concentración, estado de ánimo, etc. Como todo ello
induce unas necesidades diferentes de elementos a consumir y producir, la
consecuencia lógica es que el estado nutricional y, por lo tanto, la
alimentación también presenta estos ritmos biológicos.
Esta ritmicidad oscila desde
ciclos de horas durante el día hasta otros estacionales, pasando por el llamado
circadiano, el diario y otros más o menos largos, como es el ciclo menstrual en
la mujer.
Si, como dice el poeta,
pudiésemos vivir sin estar pendientes del reloj y otras obligaciones, nos
daríamos cuenta, de forma objetiva, de que nuestro organismo, periódicamente y
de manera casi fija, nos pide unas horas de sueño, unos momentos para comer,
otros para hacer ejercicio, etc., con puntualidad casi “británica”,
manteniéndose así en perfectas condiciones para realizar la actividad necesaria
en el momento oportuno.
A lo largo de siglos y
milenios, el ser humano se ha desarrollado y evolucionado de manera que, al
contrario que otros animales en escalones inferiores la escala evolutiva, no
comemos una vez cada varios días, ni siquiera una vez al día, sino que
precisamos una ingesta nutricional diaria repartida en varias tomas, siendo lo
ideal por encima de cuatro (hasta cinco o seis al día).
No sólo nos ocurre esto de
forma que acoplamos la ingesta de nutrientes a las necesidades de producción de
hormonas, energía, neurotransmisores, etc., que varían con las horas, sino
también a las necesidades de consumo energético en función de la actividad
física.
Aún más, como existen ciclos
(biorritmos) de mayor tiempo de duración, las necesidades nutricionales varían
también a medio y largo plazo. Los ejemplos más claros de ello los tenemos, si
nos preocupamos en observarnos un poco, en la variación de apetencias y gustos
que se producen para todos con los cambios estacionales, las variaciones
climáticas, y, de forma especial, en las mujeres con las distintas fases del
ciclo menstrual.
Los cambios de estación, a la
par que nos inducen un diferente estado de ánimo, nos llevan a cambiar el tipo
de alimentación (como ya hemos comentado alguna vez), pidiendo más o menos calorías,
alimentos con nutrientes diferentes y preparados de distintas maneras.
Los ciclos menstruales inducen
que se necesite una ingesta de vitamina B mayor previa al final del ciclo;
diferente en la cantidad de sodio según si retenemos o perdemos líquidos; con
más o menos hierro para compensar pérdidas, etc.
En resumen, y tal como hemos
comentado en ocasiones anteriores, el que comamos varias veces al día,
diferente según los días, las semanas y los meses, no es sólo una cuestión de
apetencias o educación sino, también y casi de forma obligada, porque el hombre
tiene una serie de ciclos biológicos que inducen a ello.