Aun a riesgo de parecer una pitonisa de las que escriben diariamente tu horóscopo por unos duros en un periódico, una adivina de las de teléfono 906 o, lo que podría ser peor, una científica que cree saber algo que el tiempo se ocupa de demostrarnos que no es verdad, voy a intentar, basandome en hechos y datos reales, hacer una mínima aproximación a lo que comeremos en este siglo que acabamos de comenzar.
Lo más fácil es comenzar diciendo que, salvo catástrofes espectaculares, de aquí al final del primer cuarto de siglo, las tendencias alimentarias serán las mismas que en el momento actual, para irse convirtiendo poco a poco en una realidad tangible y bastante uniforme para una gran parte del planeta en ese proceso que parece tan engolado y damos en llamar globalización. Esto no será otra cosa que la extensión de casi todos los alimentos, y sus formas de preparación y cocinado, al igual que las tecnologías agroalimentarias primarias, secundarias y terciarias, a todo lo largo y ancho del globo terráqueo.
Los motivos de esto último se basan en varios factores. La necesidad de mejorar los sistemas de producción de alimentos para que las bolsas de hambre desaparezcan todo lo posible. El desarrollo de la industria de producción y manufactura de alimentos que, como otros tipos de industrias, tiende a su extensión (hablamos de diversificación de productos, internacionalización y acceso a clientes de todo tipo y modernidad). La internacionalización de los controles de calidad de todos los procesos. Y, por encima de casi todo, la preocupación por la SALUD, se extenderá a todo y a todos, buscandose una mayor esperanza de vida, siempre asociada a la mejor calidad de vida posible y, como ya sabemos, esto depende de nuestros hábitos y de lo que comemos (alimentos ricos en antioxidantes, con poder anticancerígeno, que no sobrecarguen el metabolismo y eviten enfermedades para las que tengamos predisposiciones genéticas, etc), les llamemos dieta mediterránea o internacional, alimentos funcionales, transgénicos o biológicos, etc.