EL CALOR Y LAS BEBIDAS FRIAS
Cualquiera
que haya visitado un desierto, bien en persona bien a través de la imaginación
en obras literarias, pictóricas o del cine, se habrá llevado la gran sorpresa
de que los habitantes de estas complicadas zonas, suelen beber bebidas
calientes o muy calientes. Tanto los tuareg del Sahara como los beduinos del Uadi
Rum o los mongoles del Gobi, beben y ofrecen a sus visitantes bebidas no
alcohólicas y a altas temperaturas para combatir el calor.
Las
bebidas muy frías no son buenas compañeras en estas épocas de calor y, mucho
menos, en zonas de baja humedad ambiente. Las bebidas frías o frescas son más
útiles si existe mucha humedad ambiente o si vamos a disfrutar de ellas en un
ambiente que nos proteja del calor exterior con sistemas de aire acondicionado
o con viviendas bien aireadas por corrientes de aire naturales (en aquellas que
existen al menos aberturas a dos orientaciones) o gracias a sistemas mecánicos
(ventiladores o de otro tipo).
Las
bebidas frías producen una bajada de temperatura de nuestro aparato digestivo,
y de la sangre que circula por sus paredes. Si esta bajada es muy brusca, el
organismo pone en marcha sus mecanismos de defensa y en poco tiempo aumenta la
producción de energía calórica para mantener la temperatura corporal en torno a
esos treinta y siete grados Celsius que necesita para trabajar en perfectas
condiciones.
Además,
con el fin de defenderse, constriñe los vasos sanguíneos impidiendo una
absorción adecuada del líquido y las sales acompañantes que hemos tomado.
En
el caso de las bebidas muy calientes el proceso es inverso y la sensación de
refrescarse aparece al cabo de pocos minutos de tomarse, por ejemplo, un té muy
caliente estando a más de cuarenta y cinco o cincuenta grados. Eso no quita que
haya que protegerse del calor exterior con una capa especial de ropa que,
además, no permita la exposición directa de la piel a esas altas temperaturas y
a los rayos solares de forma directa.
En
zonas no tan cálidas o con importante humedad ambiente, es muy típico tomar
bebidas frescas o frías, en general té (en zonas tropicales) o infusiones
diversas como el agua de Jamaica en Méjico, a veces con zumo de algún cítrico
tipo lima o limón, que no causan un
efecto de rebote al no estar muy fríos, provocar una cierta vasoconstricción por
sus componentes vasoactivos y añadir a la ingesta de agua, la de unos cuantos
iones para compensar su pérdida por sudor y transpiración.
El
truco está también en beber estas bebidas, u otras, con tranquilidad, con
pausa, para que el organismo se adapte a su temperatura poco a poco.
En
nuestro país, hablar de bebidas frías en verano puede suponer hacerlo de tés y
otras infusiones, pero la bebida por excelencia es la cerveza y, quizá quizá,
la sangría o el tinto de verano, ambas fresquitas o frías, ambas con algo de
comer tipo tapas o algo más y, ambas, en buena compañía y a la sombra, a la
orilla del agua, a la sombre de un árbol o debajo de un buen emparrado o unas
cañas.
El
acompañar las bebidas frías con algo salado, desde unas aceitunas a un buen
plato de comida, pasando por las patatas fritas, las anchoas, los mejillones,
el jamón y los embutidos o la ensaladilla rusa, les añade al aporte de agua,
energía, sales y algunos principios inmediatos (hidratos de carbono, grasas y
proteínas) que nos harán estar más activos y podremos disfrutar más de estos
días de mas horas de luz solar.