miércoles, 1 de junio de 2016


MENOS PLATO Y MÁS ZAPATO



Quizás el más grande de todos los padres de la Nutrición, el Profesor Grande Covián, tenía esta frase como la más ajustada a lo que se debería considerar no solo la base de las dietas de adelgazamiento, sino de una buena dieta para el común de los mortales y de lo que es, por acuerdo de los que saben sobre salud en la población general la base de un estilo de vida saludable, que nos permita vivir más y mejor.
Si a eso se suma que, de forma acertada en mi opinión, las maneras de comer en nuestro país son las mejores del mundo, tanto por su variedad en formas de cocinado como por la diversidad de productos alimentarios, el conseguir comer bien y el poder perder peso debería ser bastante más fácil de lo que pensamos y, sobre todo, de lo que hacemos habitualmente, sin dejar de disfrutar del placer de la comida y de la compañía.
La realidad, tal como sabe cualquier experto en Nutrición, al igual que en cualquier faceta de nuestra vida, es tozuda y nos demuestra a lo largo de los siglos que el comer bien no es comer ni mucha ni poca cantidad, no es comer a todas horas del día ni reducir el número de comidas a una o dos.
Tal como hacían nuestros abuelos, y nos demuestran nuestros hijos antes de haberles deformado con los malos ejemplos que les estamos dando, el comer, no picar entre horas, varias veces al día, de cuatro a seis en función de nuestro trabajo y horarios de sueño y vigilia, nos permite no solo mantener el peso que debemos tener sino, también, rendir al máximo en nuestras labores diarias, física e intelectualmente, tener mejores digestiones y mejor ritmo intestinal y hasta dormir mejor.
Hoy día, con una vida sedentaria, no debemos disminuir el número de comidas, debemos mantenerlo. Eso sí, deben contener menos cantidad de calorías pero con un reparto adecuado, equilibrado y variado de los diferentes alimentos y grupos de alimentos que tenemos a nuestro alcance.
El realizar desayuno, comida y cena, con una media mañana y una merienda si hay suficiente número de horas entre ellas o un gran desgaste físico, es lo ideal para mantenernos en actividad y, también, aunque no lo parezca, para perder o ganar peso, según los casos. Incluso algunas veces se necesita una última comida ligera, la sexta del día, antes de acostarnos, según nuestra situación.
El truco, el evidente al que nos lleva el sentido común, es que las raciones, los platos, sean menores de lo que se está comiendo habitualmente y volver a los alimentos de siempre sin abandonar todo lo nuevo que nos ofrecen estos tiempos. Se nos están olvidando las legumbres, las verduras y las hortalizas, no comemos fruta de postre, pasamos de comer grasas que también son imprescindibles en la dieta (las de los pescados, el aceite de oliva, las de origen animal y los huevos) y nos atiborramos a alimentos proteicos manufacturados, despreciando lo de toda la vida.
Desayunar con una naranja, una porra (no tres) o una tostada con aceite o mantequilla y un café con leche; el bocadillo de media mañana, pulguita o como decíamos de jóvenes, una flauta, de embutido, queso, paté,…; la comida de un plato único o de tres platos, con sus verduras u hortalizas, legumbres, carne o pescado o huevo y su fruta de postre, según el tiempo que tengamos y lo que vayamos a hacer luego; la merienda de pan con chocolate o chorizo o un tazón de leche con pan desmigado; y una cena ligera con su sopa o su ensalada y un poco de carne, pescado o huevo con algo de fruta. Todo esto es salud y no está regañado con el buen comer ni con disfrutar de buenos y sabrosos platos y, si es posible, con buena compañía.
La caldereta de cordero, el cocido madrileño, el cocido berciano, las gachas, un marmitako, la fabada, la carne de Ávila y la gallega, las papas arrugás, la paella y la fideuá, el tombet, la tortilla de patata,… y así casi hasta el infinito, son buenos y sanos, debemos comerlos y disfrutarlos, pero sin que sean raciones pantagruélicas, igual que no es sano comerse de una sentada un kilo de judías verdes o de peras.
En cuanto al ejercicio físico, no se trata de ir al gimnasio, que también puede ser bueno, ni de salir a correr por el asfalto, sino de caminar hasta nuestro trabajo o para ir a la panadería, de subir y bajar por las escaleras en casa, el trabajo y el transporte público. Bajarnos una o dos paradas de autobús o Metro antes de la nuestra, bajarnos del ascensor dos, tres o cuatro pisos antes de aquel al que vamos, dar rodeos para llegar a donde vayamos, es un buen, “no”, un excelente  ejercicio físico.
El hacer ejercicio al aire libre no solo nos permite mejorar el trabajo muscular y articular , sino que nos hace estar más tiempo expuestos a la radiación solar (puede ser indirecta, no tenemos que ir por la acera del sol) y activar así la vitamina D.
En resumen, si el plato es menor, aunque no por ello menos variado y delicioso, y le damos más vidilla a la suela del zapato, nuestra vida será mejor.

Aunque la frase más oída últimamente sea que “hay que hacer una vida más saludable” “hay que cambiar el estilo de vida”, a mí me gusta más la de uno de los más grandes españoles del último siglo como fue el PROFESOR GRANDE COVIÁN y que ya he dicho desde el principio “Menos plato y más zapato”. 

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