miércoles, 29 de junio de 2016


EL CALOR Y LAS BEBIDAS FRIAS



Cualquiera que haya visitado un desierto, bien en persona bien a través de la imaginación en obras literarias, pictóricas o del cine, se habrá llevado la gran sorpresa de que los habitantes de estas complicadas zonas, suelen beber bebidas calientes o muy calientes. Tanto los tuareg del Sahara como los beduinos del Uadi Rum o los mongoles del Gobi, beben y ofrecen a sus visitantes bebidas no alcohólicas y a altas temperaturas para combatir el calor.

Las bebidas muy frías no son buenas compañeras en estas épocas de calor y, mucho menos, en zonas de baja humedad ambiente. Las bebidas frías o frescas son más útiles si existe mucha humedad ambiente o si vamos a disfrutar de ellas en un ambiente que nos proteja del calor exterior con sistemas de aire acondicionado o con viviendas bien aireadas por corrientes de aire naturales (en aquellas que existen al menos aberturas a dos orientaciones) o gracias a sistemas mecánicos (ventiladores o de otro tipo).

Las bebidas frías producen una bajada de temperatura de nuestro aparato digestivo, y de la sangre que circula por sus paredes. Si esta bajada es muy brusca, el organismo pone en marcha sus mecanismos de defensa y en poco tiempo aumenta la producción de energía calórica para mantener la temperatura corporal en torno a esos treinta y siete grados Celsius que necesita para trabajar en perfectas condiciones.

Además, con el fin de defenderse, constriñe los vasos sanguíneos impidiendo una absorción adecuada del líquido y las sales acompañantes que hemos tomado.

En el caso de las bebidas muy calientes el proceso es inverso y la sensación de refrescarse aparece al cabo de pocos minutos de tomarse, por ejemplo, un té muy caliente estando a más de cuarenta y cinco o cincuenta grados. Eso no quita que haya que protegerse del calor exterior con una capa especial de ropa que, además, no permita la exposición directa de la piel a esas altas temperaturas y a los rayos solares de forma directa.

En zonas no tan cálidas o con importante humedad ambiente, es muy típico tomar bebidas frescas o frías, en general té (en zonas tropicales) o infusiones diversas como el agua de Jamaica en Méjico, a veces con zumo de algún cítrico tipo lima o limón,  que no causan un efecto de rebote al no estar muy fríos, provocar una cierta vasoconstricción por sus componentes vasoactivos y añadir a la ingesta de agua, la de unos cuantos iones para compensar su pérdida por sudor y transpiración.

El truco está también en beber estas bebidas, u otras, con tranquilidad, con pausa, para que el organismo se adapte a su temperatura poco a poco.

En nuestro país, hablar de bebidas frías en verano puede suponer hacerlo de tés y otras infusiones, pero la bebida por excelencia es la cerveza y, quizá quizá, la sangría o el tinto de verano, ambas fresquitas o frías, ambas con algo de comer tipo tapas o algo más y, ambas, en buena compañía y a la sombra, a la orilla del agua, a la sombre de un árbol o debajo de un buen emparrado o unas cañas.


El acompañar las bebidas frías con algo salado, desde unas aceitunas a un buen plato de comida, pasando por las patatas fritas, las anchoas, los mejillones, el jamón y los embutidos o la ensaladilla rusa, les añade al aporte de agua, energía, sales y algunos principios inmediatos (hidratos de carbono, grasas y proteínas) que nos harán estar más activos y podremos disfrutar más de estos días de mas horas de luz solar.

miércoles, 1 de junio de 2016


MENOS PLATO Y MÁS ZAPATO



Quizás el más grande de todos los padres de la Nutrición, el Profesor Grande Covián, tenía esta frase como la más ajustada a lo que se debería considerar no solo la base de las dietas de adelgazamiento, sino de una buena dieta para el común de los mortales y de lo que es, por acuerdo de los que saben sobre salud en la población general la base de un estilo de vida saludable, que nos permita vivir más y mejor.
Si a eso se suma que, de forma acertada en mi opinión, las maneras de comer en nuestro país son las mejores del mundo, tanto por su variedad en formas de cocinado como por la diversidad de productos alimentarios, el conseguir comer bien y el poder perder peso debería ser bastante más fácil de lo que pensamos y, sobre todo, de lo que hacemos habitualmente, sin dejar de disfrutar del placer de la comida y de la compañía.
La realidad, tal como sabe cualquier experto en Nutrición, al igual que en cualquier faceta de nuestra vida, es tozuda y nos demuestra a lo largo de los siglos que el comer bien no es comer ni mucha ni poca cantidad, no es comer a todas horas del día ni reducir el número de comidas a una o dos.
Tal como hacían nuestros abuelos, y nos demuestran nuestros hijos antes de haberles deformado con los malos ejemplos que les estamos dando, el comer, no picar entre horas, varias veces al día, de cuatro a seis en función de nuestro trabajo y horarios de sueño y vigilia, nos permite no solo mantener el peso que debemos tener sino, también, rendir al máximo en nuestras labores diarias, física e intelectualmente, tener mejores digestiones y mejor ritmo intestinal y hasta dormir mejor.
Hoy día, con una vida sedentaria, no debemos disminuir el número de comidas, debemos mantenerlo. Eso sí, deben contener menos cantidad de calorías pero con un reparto adecuado, equilibrado y variado de los diferentes alimentos y grupos de alimentos que tenemos a nuestro alcance.
El realizar desayuno, comida y cena, con una media mañana y una merienda si hay suficiente número de horas entre ellas o un gran desgaste físico, es lo ideal para mantenernos en actividad y, también, aunque no lo parezca, para perder o ganar peso, según los casos. Incluso algunas veces se necesita una última comida ligera, la sexta del día, antes de acostarnos, según nuestra situación.
El truco, el evidente al que nos lleva el sentido común, es que las raciones, los platos, sean menores de lo que se está comiendo habitualmente y volver a los alimentos de siempre sin abandonar todo lo nuevo que nos ofrecen estos tiempos. Se nos están olvidando las legumbres, las verduras y las hortalizas, no comemos fruta de postre, pasamos de comer grasas que también son imprescindibles en la dieta (las de los pescados, el aceite de oliva, las de origen animal y los huevos) y nos atiborramos a alimentos proteicos manufacturados, despreciando lo de toda la vida.
Desayunar con una naranja, una porra (no tres) o una tostada con aceite o mantequilla y un café con leche; el bocadillo de media mañana, pulguita o como decíamos de jóvenes, una flauta, de embutido, queso, paté,…; la comida de un plato único o de tres platos, con sus verduras u hortalizas, legumbres, carne o pescado o huevo y su fruta de postre, según el tiempo que tengamos y lo que vayamos a hacer luego; la merienda de pan con chocolate o chorizo o un tazón de leche con pan desmigado; y una cena ligera con su sopa o su ensalada y un poco de carne, pescado o huevo con algo de fruta. Todo esto es salud y no está regañado con el buen comer ni con disfrutar de buenos y sabrosos platos y, si es posible, con buena compañía.
La caldereta de cordero, el cocido madrileño, el cocido berciano, las gachas, un marmitako, la fabada, la carne de Ávila y la gallega, las papas arrugás, la paella y la fideuá, el tombet, la tortilla de patata,… y así casi hasta el infinito, son buenos y sanos, debemos comerlos y disfrutarlos, pero sin que sean raciones pantagruélicas, igual que no es sano comerse de una sentada un kilo de judías verdes o de peras.
En cuanto al ejercicio físico, no se trata de ir al gimnasio, que también puede ser bueno, ni de salir a correr por el asfalto, sino de caminar hasta nuestro trabajo o para ir a la panadería, de subir y bajar por las escaleras en casa, el trabajo y el transporte público. Bajarnos una o dos paradas de autobús o Metro antes de la nuestra, bajarnos del ascensor dos, tres o cuatro pisos antes de aquel al que vamos, dar rodeos para llegar a donde vayamos, es un buen, “no”, un excelente  ejercicio físico.
El hacer ejercicio al aire libre no solo nos permite mejorar el trabajo muscular y articular , sino que nos hace estar más tiempo expuestos a la radiación solar (puede ser indirecta, no tenemos que ir por la acera del sol) y activar así la vitamina D.
En resumen, si el plato es menor, aunque no por ello menos variado y delicioso, y le damos más vidilla a la suela del zapato, nuestra vida será mejor.

Aunque la frase más oída últimamente sea que “hay que hacer una vida más saludable” “hay que cambiar el estilo de vida”, a mí me gusta más la de uno de los más grandes españoles del último siglo como fue el PROFESOR GRANDE COVIÁN y que ya he dicho desde el principio “Menos plato y más zapato”.