ALIMENTACIÓN
Y RITMOS BIOLÓGICOS
A veces pensamos que la rutina supone monotonía y que
así la vida se hace más triste, pero esto no debe ser siempre así. La rutina,
el orden, nos dan seguridad y nos ayudan a que vivamos con menos tensión. Lo único
que no es bueno de las rutinas es que sean una, en singular, y no varias, en
plural. Son el mismo universo y nuestro planeta junto con el cuerpo humano los
que aúnan una serie de rutinas o ciclos variables, que a la par de darles
estabilidad les confieren variedad y capacidad de adaptación a las condiciones
ambientales cambiantes.
Tanto en las ciencias físicas como en las biomédicas,
se ha podido comprobar la existencia de ciclos de funcionamiento que abarcan
desde el movimiento de galaxias, estrellas, planetas, asteroides y otros
cuerpos estelares, hasta las secreciones de ciertas sustancias (hormonas,
enzimas, etc)en los organismos vivos, teniendo como ejemplo principal para
nosotros el cuerpo humano.
Estas variaciones cíclicas en los seres vivos son lo
que se llama, desde un punto de vista técnico, los biorritmos.
Ya se sabe que cada persona, en función de su edad,
sexo, carga genética, vivienda, trabajo, etc., presenta a lo largo de su vida
unos ciclos marcados, con mayor o menor variación, que afectan a su ritmo de
vigilia-sueño (hemos oído hablar en muchas ocasiones de personas como búhos o
alondras si son de hábitos noctámbulos o diurnos), secreción hormonal,
preparación fértil, capacidad de atención y concentración, estado de ánimo,
etc. Como todo ello induce unas necesidades diferentes de elementos a consumir
y producir, la consecuencia lógica es que el estado nutricional y, por lo
tanto, la alimentación también presenta estos ritmos biológicos.
Esta ritmicidad oscila desde ciclos de horas durante el
día hasta otros estacionales, pasando por el llamado circadiano, el diario, y
otros más o menos largos, como es el ciclo menstrual en la mujer. Todos ellos
se ven influidos por circunstancias internas, pero también externas como las
horas de luz y de sol, la temperatura ambiente, los vientos, la exposición a
radiaciones, etc. Uno de los problemas con que nos encontramos últimamente con
mayor frecuencia es el de la turnicidad laboral, que no solo nos altera los
ritmos de vigilia-sueño, sino también los horarios y tipos de comida y nuestra
organización en las relaciones sociales.
Si, como dice el poeta, pudiésemos vivir sin estar
pendientes del reloj y otras obligaciones, nos daríamos cuenta, de forma
objetiva, de que nuestro organismo, periódicamente y de manera casi fija, nos
pide unas horas de sueño, unos momentos para comer, otros para hacer ejercicio,
etc., con puntualidad casi “británica”, manteniéndose así en perfectas
condiciones para realizar la actividad necesaria en el momento oportuno.
A lo largo de siglos y milenios, el ser humano se ha
desarrollado y evolucionado de manera que, al contrario que otros animales en
escalones inferiores de la escala evolutiva, no comemos una vez cada varios
días, ni siquiera una vez al día, sino que precisamos una ingesta nutricional
diaria repartida en varias tomas, siendo lo ideal por encima de cuatro (hasta
cinco o seis al día).
No sólo nos ocurre esto de forma que acoplamos la
ingesta de nutrientes a las necesidades de producción de hormonas, energía,
neurotransmisores, etc, que varían con las horas, sino también a las
necesidades de consumo energético en función de la actividad física.
Aún más, como existen ciclos (biorritmos) de mayor
tiempo de duración, las necesidades nutricionales varían también a medio y largo
plazo. Los ejemplos más claros de ello los tenemos, si nos preocupamos en
observarnos un poco, en la variación de apetencias y gustos que se producen
para todos con los cambios estacionales, las variaciones climáticas, y, de
forma especial, en las mujeres con las distintas fases del ciclo menstrual.
Los cambios de estación, a la par que nos inducen un
diferente estado de ánimo, nos llevan a cambiar el tipo de alimentación,
pidiendo más o menos calorías según la temperatura exterior y el grado de actividad
física, alimentos con nutrientes diferentes (con vitaminas distintas según la
exposición al sol -con mas vitamina A-, a tóxicos inhalados -con mas vitamina
C-, etc) y preparados de distintas maneras (platos calientes o fríos, con más o
menos sal, …).
Los ciclos menstruales inducen que se necesite una
ingesta de vitamina B mayor previa al final del ciclo; diferente en la cantidad
de sodio según si retenemos o perdemos líquidos; con más o menos hierro para
compensar pérdidas, etc.
En resumen, el que comamos varias veces al día,
diferente según los días, las semanas y los meses, no es sólo una cuestión de
apetencias o educación, sino también y casi de forma obligada, porque el hombre
tiene una serie de ciclos biológicos que inducen a ello.
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