YOGOURTH:
FUENTE DE VIDA
La leche, como primera
alimentación humana , al ser mamíferos y, además, al ser uno de los primeros
productos resultantes de la ganadería, que es previa en el tiempo a la
agricultura, se ha utilizado transformada de varias formas para mejorar tanto
su transporte como su almacenamiento. Dentro de estas modificaciones, se
encuentran todas aquellas causadas por fermentación, dando origen a las
llamadas “leches fermentadas”, de las que el yogurt es la más conocida, aunque
hoy día ya tenemos en nuestros mercados una gran familia por los distintos
microorganismos que intervienen en estos procesos (lactobacilos,
bifidobacterias, hongos, …).
Como todos hemos oído,
leído o visto en alguna ocasión, estos derivados lácteos se han intentado asociar
con un aumento en la esperanza de vida, dado que en ciertas zonas del mundo,
donde se consumen en gran cantidad, existen ancianos centenarios en mayor
cantidad que en otras regiones.
En el fondo todos estos
productos tienen la misma base nutricional y de fabricación. Esto se resume en
un contenido proteico (igual al de la leche que es su origen) que es de alto
valor biológico (con aminoácidos esenciales para una dieta adecuada), grasas
animales (que son pocas si se usan leches desnatadas o semidesnatadas en su
fabricación), vitaminas (sobre todo D y A), minerales (calcio, zinc, hierro,
etc.) e hidratos de carbono (derivados de la fermentación de lactosa).
De estos últimos hay que
destacar que como la lactosa se encuentra fermentada, en personas con intolerancias
parciales a ella, como ocurre en los ancianos, es mejor fuente de leche que la
leche misma al poderse digerir sin problemas.
A ello se suma que es una
fuente de energía que aporta elementos básicos en el crecimiento y reposición
ósea, como proteínas, calcio y vitamina D, haciendo que estén indicados en
periodos de crecimiento (infancia y juventud) y en aquéllos donde se inicia o
produce la descalcificación ósea (premenopausia, menopausia y vejez).
El último elemento que
poseen, desde un punto de vista nutricional, y del que nunca se habla, es el
agua. Presente en un 60 a un 80 por ciento del peso total, es un elemento más a
tener en cuenta, sobre todo en los ancianos en que la sensación de sed está
aminorada, les gusta poco beber agua y se deshidratan con facilidad.
Para finalizar, el último
elemento, que podríamos decir no es nutricional senso estricto, pero que sí
influye en nuestro estado nutricional y de salud, es el mecanismo y los
componentes de su fermentación.
Hasta hace poco, casi todas
las leches fermentadas se producían con dos bacterias (Lactobacillus Bulgaricus
o Acidophilus y Streptococus Thermophilus) que en los procesos de envasado,
conservación y digestión, se morían. Desde hace unos años se utilizan otras,
como por ejemplo Bifidobaterium Bifidus, que se conservan casi en su totalidad
y llegan al intestino, manteniendo la flora intestinal normal, produciendo
vitaminas y, por todo ello, previniendo el estreñimiento y la diarrea e,
incluso, ayudando a su curación. Esto ha llevado a su difusión y uso en otros
productos, como derivados cárnicos, a los que aportan iguales ventajas. En el
caso del Kéfir, es un hongo el que se ocupa del proceso de fermentación, por lo
que en los países donde se consume desde hace siglos, supone un método fácil y
seguro de transporte no de la leche sino de aquello que les permitirá
transformarla y conservarla a pesar de hacer largos viajes (era muy utilizado
por tribus nómadas).
Si a todo ello sumamos las
ventajas de tener frutas añadidas (bien en casa con fruta fresca bien a nivel
industrial) en ciertos casos, su uso en la cocina como integrantes de otros
platos, la posibilidad de edulcorarlos (con azúcar, miel, etc.), estos
derivados lácteos llevan a que se consideren básicos en una alimentación correcta
que nos ayudará a vivir más y, sobre todo, mejor.
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