¿COMER BIEN O COMER BUENO?
Desde hace algún tiempo, con el auge de las vías de comunicación, de las
autopistas de la información y de los medios de divulgación, nos estamos
encontrando con multitud de teorías nuevas, viejas y antiguas o ancestrales,
unas con bases científicas, otras económicas, algunos con fondo economista y
otras sin más soporte que la "iluminación divina", que hablan sobre
qué alimento es bueno o malo, qué está bien o mal comer, cómo debemos o no
cocinar y sus efectos en nuestra salud, comportamientos, rapidez de
pensamiento, agresividad, estética, aceptación social, etc.
La comida, y los alimentos que forman de la misma, tienen connotaciones
de todo tipo y se ven influidos por múltiples causas que afectan tanto a lo que
podemos como lo que debemos o queremos comer.
La genética, la potencialidad de digestión y la estructura de nuestro
aparato digestivo y el metabolismo, son las características que permiten que el
hombre, como vértice del desarrollo animal, sea un omnívoro. Ello quiere decir
que, teóricamente, puede comer de todo, aunque en la realidad bien por
limitaciones de edad o autolimitaciones metabólicas, bien por desequilibrio
beneficio-coste energético, hay alimentos que no nos son útiles en ciertos
momentos o que no nos compensa su consumo, como por ejemplo el comer alimentos
sólidos en la primera infancia (lactancia), ingerir celulosa en grandes
cantidades (nuestro intestino no está preparado para ello como el de los
herbívoros) o tomar leche en ciertas zonas de África Subsahariana (los
habitantes de esta parte del mundo dejan
de producir los sistemas de digestión de la leche a partir de cierta edad pues
este alimento está muy limitado).
El concepto de bondad, o más bien la ostentación, también existe en la
alimentación, por lo que comer ciertos productos puede ser un signo de riqueza
y comer otros, serlos de pobreza. Esto es lo que pasaba en décadas previas en
nuestro país con la carne y el pescado, pues la primera era más cara y menos
accesible para las clases sociales más bajas, o lo es en este momento con el
marisco, con ciertas especies de mariscos.
Las creencias religiosas, generalmente basadas en filosofías sobre
autocontrol o en teorías de fundamento sanitario público, también nos influyen
en el comer. Así el no comer carne para hindúes, cerdo para musulmanes y
judíos, etc., tienen sus razones. Pero también influyen unos hábitos adquiridos
en la infancia y heredados generación tras generación que varían la percepción
de los alimentos según la persona y su ámbito social; esto explica que en Bali
se aprecie comer perro, en España se coman mariscos, en China gatos y
serpientes, en África Oriental animales de sabana y selva, en América del Sur y
Central insectos, etc., etc., etc.
Con todo esto queremos decir que el concepto de la bondad o maldad de un
alimento o comida depende de muchos factores pero que, en principio, salvo su
contenido en sustancias probadas como tóxicas, su exceso o su defecto, todos
son buenos si se combinan y cocinan bien y se adecúan a nuestras características
físicas, sociales y culturales.
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