ALIMENTACIÓN Y DEFENSAS
El
cuerpo humano, como el organismo pluricelular más complejo y organizado que
existe en la naturaleza, requiere de un sistema de defensa de las agresiones
internas y externas compuesto por un
entramado de barreras físicas, químicas y celulares que se encuentran en
permanente actividad. No nos referimos a las técnicas de defensa aplicadas a
agresiones llevadas a cabo por otros hombres, sino a todas aquellas situaciones
en las que nuestro organismo debe rechazar algo nocivo y/o extraño a él mismo,
aunque las diferencias entre estas dos situaciones requieren de casi lo mismo
(reconocer lo potencialmente agresivo, estar preparado físicamente, tener un
sistema adecuado de defensa en relación con lo que nos pueda dañar y utilizar los
recursos imprescindibles para anular los efectos nocivos que se nos pudiesen
causar).
La
alimentación es la base principal de todo nuestro organismo al aportarnos los
nutrientes necesarios para producir energía, reponer los tejidos envejecidos o
dañados y formar aquello que se necesite en cada momento.
Los
sistemas de defensa de nuestro cuerpo se pueden dividir en unos más generales e
inespecíficos y otros más puntuales y específicos.
Como
algo más general, se encuentran las barreras físicas como la piel, las mucosas del tubo digestivo
o de las vías respiratorias, los reflejos del vómito o del aceleramiento del
tránsito intestinal, la tos y el estornudo, etc. Con todas ellas conseguimos
que lo de dentro (agua, sales) no se pierda en el exterior (por ejemplo nos
impiden deshidratarnos) y también, que lo del exterior no penetre en nosotros
(agua, sales, tóxicos, bacterias, hongos, radiaciones) provocando infecciones,
inflamaciones, etc.
También
existen sistemas de anticuerpos y células de defensa que intentan neutralizar y
destruir, si es posible, todo aquello que se reconoce como extraño.
Como
sistemas específicos estarían aquellas células y anticuerpos desarrollados para
enfrentarse a un tipo específico de posible agente agresor, como un polen
especial, una bacteria diferente, etc.
Para
que todo esto funcione, la alimentación aporta los nutrientes que permitirán a
nuestras células, su reproducción y la formación de moléculas de reconocimiento
de agentes extraños y de su destrucción, a la par que, manteniendo estables
nuestros órganos, nos facilitará que las barreras físicas funcionen
correctamente (una capa grasa que impida la deshidratación de la piel; una capa
de protección de moco con abundante contenido en agua en las vías respiratorias
y todo el tubo digestivo). Al mismo tiempo, con los alimentos podemos ingerir
bacterias que, en nuestro organismo, viven y controlan otras bacterias y
hongos, y forman vitaminas y digieren nutrientes que se pueden absorber en el
tubo digestivo.
Un
aporte proteico escaso con la alimentación puede llegar a causar tal
disminución en la producción de anticuerpos, que las infecciones aparezcan una
detrás de otra. Pero, aún mas, ese defecto en proteínas lleva a que no se
repongan bien muchos tejidos, con lo que las cicatrizaciones serán más lentas y
mucho más fácil tener heridas y úlceras en las zonas de roce continuo.
Muy
poca grasa en el tejido subcutáneo no controla la pérdida de calor, por lo que
la hipotermia será más probable en épocas de frío en personas muy delgadas.
Si
pensamos un poco, la causa, en parte, de que ese abuelito que no come casi nada
tenga más infecciones y úlceras es la misma por la que esa adolescente flacucha
que iba en moto a 0ºC casi sin abrigo tuviese un cuadro de hipotermia, con
congelaciones en los dedos de los pies (como los montañeros) y una neumonía el
pasado invierno o que ese señor con una
obesidad patológica haya podido desarrollar una tuberculosis pulmonar o una
celulitis en las piernas.
Comer
bien, en cantidad y calidad, sin escasez ni exceso, de forma equilibrada y en
buena compañía (lo psicológico es otro pilar fundamental de nuestras defensas)
es necesario para poder defendernos de todo aquello que pueda intentar
dañarnos, vivo o inerte, grande o pequeño.
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