martes, 20 de agosto de 2013

ALIMENTACIÓN Y RITMOS BIOLÓGICOS

    

 ALIMENTACIÓN Y RITMOS BIOLÓGICOS



A veces pensamos que la rutina supone monotonía y que así la vida se hace más triste, pero esto no debe ser siempre así. La rutina, el orden, nos dan seguridad y nos ayudan a que vivamos con menos tensión. Lo único que no es bueno de las rutinas es que sean una, en singular, y no varias, en plural. Son el mismo universo y nuestro planeta junto con el cuerpo humano los que aúnan una serie de rutinas o ciclos variables, que a la par de darles estabilidad les confieren variedad y capacidad de adaptación a las condiciones ambientales cambiantes.
Tanto en las ciencias físicas como en las biomédicas, se ha podido comprobar la existencia de ciclos de funcionamiento que abarcan desde el movimiento de galaxias, estrellas, planetas, asteroides y otros cuerpos estelares, hasta las secreciones de ciertas sustancias (hormonas, enzimas, etc)en los organismos vivos, teniendo como ejemplo principal para nosotros el cuerpo humano.
Estas variaciones cíclicas en los seres vivos son lo que se llama, desde un punto de vista técnico, los biorritmos.
Ya se sabe que cada persona, en función de su edad, sexo, carga genética, vivienda, trabajo, etc., presenta a lo largo de su vida unos ciclos marcados, con mayor o menor variación, que afectan a su ritmo de vigilia-sueño (hemos oído hablar en muchas ocasiones de personas como búhos o alondras si son de hábitos noctámbulos o diurnos), secreción hormonal, preparación fértil, capacidad de atención y concentración, estado de ánimo, etc. Como todo ello induce unas necesidades diferentes de elementos a consumir y producir, la consecuencia lógica es que el estado nutricional y, por lo tanto, la alimentación también presenta estos ritmos biológicos.
Esta ritmicidad oscila desde ciclos de horas durante el día hasta otros estacionales, pasando por el llamado circadiano, el diario, y otros más o menos largos, como es el ciclo menstrual en la mujer. Todos ellos se ven influidos por circunstancias internas, pero también externas como las horas de luz y de sol, la temperatura ambiente, los vientos, la exposición a radiaciones, etc. Uno de los problemas con que nos encontramos últimamente con mayor frecuencia es el de la turnicidad laboral, que no solo nos altera los ritmos de vigilia-sueño, sino también los horarios y tipos de comida y nuestra organización en las relaciones sociales.
Si, como dice el poeta, pudiésemos vivir sin estar pendientes del reloj y otras obligaciones, nos daríamos cuenta, de forma objetiva, de que nuestro organismo, periódicamente y de manera casi fija, nos pide unas horas de sueño, unos momentos para comer, otros para hacer ejercicio, etc., con puntualidad casi “británica”, manteniéndose así en perfectas condiciones para realizar la actividad necesaria en el momento oportuno.
A lo largo de siglos y milenios, el ser humano se ha desarrollado y evolucionado de manera que, al contrario que otros animales en escalones inferiores de la escala evolutiva, no comemos una vez cada varios días, ni siquiera una vez al día, sino que precisamos una ingesta nutricional diaria repartida en varias tomas, siendo lo ideal por encima de cuatro (hasta cinco o seis al día).
No sólo nos ocurre esto de forma que acoplamos la ingesta de nutrientes a las necesidades de producción de hormonas, energía, neurotransmisores, etc, que varían con las horas, sino también a las necesidades de consumo energético en función de la actividad física.
Aún más, como existen ciclos (biorritmos) de mayor tiempo de duración, las necesidades nutricionales varían también a medio y largo plazo. Los ejemplos más claros de ello los tenemos, si nos preocupamos en observarnos un poco, en la variación de apetencias y gustos que se producen para todos con los cambios estacionales, las variaciones climáticas, y, de forma especial, en las mujeres con las distintas fases del ciclo menstrual.
Los cambios de estación, a la par que nos inducen un diferente estado de ánimo, nos llevan a cambiar el tipo de alimentación, pidiendo más o menos calorías según la temperatura exterior y el grado de actividad física, alimentos con nutrientes diferentes (con vitaminas distintas según la exposición al sol -con mas vitamina A-, a tóxicos inhalados -con mas vitamina C-, etc) y preparados de distintas maneras (platos calientes o fríos, con más o menos sal, …).
Los ciclos menstruales inducen que se necesite una ingesta de vitamina B mayor previa al final del ciclo; diferente en la cantidad de sodio según si retenemos o perdemos líquidos; con más o menos hierro para compensar pérdidas, etc.     
En resumen, el que comamos varias veces al día, diferente según los días, las semanas y los meses, no es sólo una cuestión de apetencias o educación, sino también y casi de forma obligada, porque el hombre tiene una serie de ciclos biológicos que inducen a ello.


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