jueves, 23 de octubre de 2014

NUTRICIÓN Y ENFERMOS CRÓNICOS

           
A los profesionales sanitarios y a las personas que cuidan pacientes con enfermedades crónicas se les presentan, en ocasiones, situaciones que sorprenden y, a veces, resultan paradójicas. Estas son aquéllas en las que estos enfermos, tras años de evolución de una enfermedad crónica, a veces degenerativa, a veces progresiva, con un manejo farmacológico complicado, hasta llegar en un momento dado a la sospecha de su ineficacia, se consiguen mejorías casi milagrosas simplemente con el establecimiento de una estado de nutrición e hidratación adecuados, a través de la planificación de una pauta alimentaria modificada y adecuada a la persona.
Tanto en pacientes oncológicos (que padecen cáncer) como en aquéllos que sufren enfermedades neurológicas severas, como por ejemplo demencias o enfermedad de Parkinson o ELA , pasando por procesos reumatológicos graves y crónicos y por enfermedades metabólicas de larga evolución, el estado nutricional y de hidratación son básicos, tanto para mantener el mejor estado general y de consciencia, como para que los tratamientos farmacológicos mantengan su efectividad con los mínimos efectos secundarios. Esto lleva, por lo tanto, sea curable o no la enfermedad, a que el paciente viva con la mejor calidad los meses, años o décadas que le queden, fin básico de todo tratamiento.
Es de sentido común que los excesos de peso (sobrepeso u obesidad) son nocivos por la sobrecarga funcional a la que se somete a todos los órganos y sistemas, como también el que el manejo de fármacos es diferente al tener que distribuirse en un volumen corporal mayor. Esto es más evidente en procesos que afectan a huesos, articulaciones, corazón, hígado, etc., pero también ocurre en enfermedades metabólicas como puede ser una diabetes mellitus muy evolucionada.
La situación contraria, el peso deficitario, tampoco es buena por dos motivos. El primero es que los fármacos que se pueden usar tienen unas posibilidades mayores de producir efectos nocivos al distribuirse en menor volumen corporal, por lo que siempre se deben ajustar en función del peso, superficie y volumen corporal. El segundo es que las reservas del organismo frente a situaciones de estrés metabólico, son muy pequeñas; así pueden descompensarse con facilidad ante variaciones tan frecuentes como un vómito, una deposición más líquida aunque no sea una diarrea, los aumentos o disminuciones de temperatura ambiente que conducen a deshidratación o producción muscular de calor respectivamente, la aparición de fiebre, etc. Todo ello, como el organismo tiende a preservar sus órganos fundamentales, como cerebro y riñón, lleva a que se aporten nutrientes de forma deficitaria a otros órganos y a que todo el cuerpo funcione peor, con estados de somnolencia duraderos, menos defensas frente a las agresiones e infecciones, tendencia a la depresión o por lo menos a la tristeza, movilidad disminuida, etc.
Por todo ello, y en ocasiones, la utilización de manera temporal de nutriciones enterales por sonda o de productos alimenticios especiales ya manufacturados, causa mejorías espectaculares, tanto en el control de enfermedades como en la situación vital del enfermo, con mayor movilidad, atención, alegría, etc.

Quizá esta relación nutrición-hidratación con la enfermedad, hay sido más discutida en el caso de pacientes con cáncer, donde se planteaba la discusión entre un mejor aporte nutricional o no, pues se podría hacer que las células tumorales también creciesen más al alimentarse mejor. Hoy día esto ya no se plantea pues, el buen estado general de la persona hace que la lucha contra la enfermedad y la capacidad de aguante de las terapias agresivas que se usan, sean mayores.

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