NUTRICIÓN Y ENFERMOS CRÓNICOS
A los profesionales sanitarios y a las personas que
cuidan pacientes con enfermedades crónicas se les presentan, en ocasiones,
situaciones que sorprenden y, a veces, resultan paradójicas. Estas son aquéllas
en las que estos enfermos, tras años de evolución de una enfermedad crónica, a
veces degenerativa, a veces progresiva, con un manejo farmacológico complicado,
hasta llegar en un momento dado a la sospecha de su ineficacia, se consiguen
mejorías casi milagrosas simplemente con el establecimiento de una estado de
nutrición e hidratación adecuados, a través de la planificación de una pauta
alimentaria modificada y adecuada a la persona.
Tanto en pacientes oncológicos (que padecen cáncer) como
en aquéllos que sufren enfermedades neurológicas severas, como por ejemplo
demencias o enfermedad de Parkinson o ELA , pasando por procesos reumatológicos
graves y crónicos y por enfermedades metabólicas de larga evolución, el estado
nutricional y de hidratación son básicos, tanto para mantener el mejor estado
general y de consciencia, como para que los tratamientos farmacológicos
mantengan su efectividad con los mínimos efectos secundarios. Esto lleva, por
lo tanto, sea curable o no la enfermedad, a que el paciente viva con la mejor
calidad los meses, años o décadas que le queden, fin básico de todo
tratamiento.
Es de sentido común que los excesos de peso (sobrepeso u
obesidad) son nocivos por la sobrecarga funcional a la que se somete a todos
los órganos y sistemas, como también el que el manejo de fármacos es diferente
al tener que distribuirse en un volumen corporal mayor. Esto es más evidente en
procesos que afectan a huesos, articulaciones, corazón, hígado, etc., pero
también ocurre en enfermedades metabólicas como puede ser una diabetes mellitus
muy evolucionada.
La situación contraria, el peso deficitario, tampoco es
buena por dos motivos. El primero es que los fármacos que se pueden usar tienen
unas posibilidades mayores de producir efectos nocivos al distribuirse en menor
volumen corporal, por lo que siempre se deben ajustar en función del peso,
superficie y volumen corporal. El segundo es que las reservas del organismo
frente a situaciones de estrés metabólico, son muy pequeñas; así pueden
descompensarse con facilidad ante variaciones tan frecuentes como un vómito,
una deposición más líquida aunque no sea una diarrea, los aumentos o
disminuciones de temperatura ambiente que conducen a deshidratación o
producción muscular de calor respectivamente, la aparición de fiebre, etc. Todo
ello, como el organismo tiende a preservar sus órganos fundamentales, como
cerebro y riñón, lleva a que se aporten nutrientes de forma deficitaria a otros
órganos y a que todo el cuerpo funcione peor, con estados de somnolencia
duraderos, menos defensas frente a las agresiones e infecciones, tendencia a la
depresión o por lo menos a la tristeza, movilidad disminuida, etc.
Por todo ello, y en ocasiones, la utilización de manera
temporal de nutriciones enterales por sonda o de productos alimenticios especiales
ya manufacturados, causa mejorías espectaculares, tanto en el control de
enfermedades como en la situación vital del enfermo, con mayor movilidad,
atención, alegría, etc.
Quizá esta relación nutrición-hidratación con la
enfermedad, hay sido más discutida en el caso de pacientes con cáncer, donde se
planteaba la discusión entre un mejor aporte nutricional o no, pues se podría
hacer que las células tumorales también creciesen más al alimentarse mejor. Hoy
día esto ya no se plantea pues, el buen estado general de la persona hace que
la lucha contra la enfermedad y la capacidad de aguante de las terapias
agresivas que se usan, sean mayores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario