ALIMENTACIÓN Y EDUCACIÓN
La
educación es uno de esos procesos que el ser humano realiza, a veces sufre y a
veces disfruta, a lo largo de toda su vida. Desde que nacemos hasta que morimos
estamos en un constante proceso de aprendizaje que nos ayuda a sobrevivir y a
adaptarnos a las circunstancias cambiantes de la vida a nuestro alrededor y en
nuestro propio cuerpo.
La
alimentación, el qué comer y como comerlo, no solo es algo que debemos
aprender, desarrollar, adaptar a las necesidades de todo tipo (fisiológicas, económicas,
sociales, de divertimento) sino que además es parte de la disciplina del
aprendizaje de la vida, no se puede ni se debe separar del resto de normas,
actitudes y expectativas que tenemos a lo largo de nuestra existencia.
La
educación alimentaria es una de las mejores inversiones que se pueden realizar
y, sobre todo, si la aplicamos a los más jóvenes. Nos ayudará a estar mejor
nutridos y por lo tanto más sanos, activos y alertas. Ayuda a ampliar nuestras
ganas de conocer y sorprendernos ante lo nuevo; siempre podemos conocer otros
sabores, aromas, formas de cocinado, conceptos diferentes de lo que es
enfrentarse a la alimentación con circunstancias diversas de vida.
También
forja una disciplina que a la vez puede ser divertida al unir el hecho de tener
que comer a unas horas determinadas y con unas formas sociales a la sorpresa y
el descubrimiento de que se pueden comer otros alimentos, con otras formas de
cocinado, con presentaciones diversas y con maneras de estar distintas.
El
probar distintos sabores es bueno, amplía nuestras experiencias y nos abre
puertas a la novedad. El llevar siempre a los niños a comer hamburguesas o
pizzas si salimos de casa, teniendo en cuenta que son alimentos adecuados en
una dieta equilibrada y variada, limita la capacidad de aprendizaje y sorpresa
de los niños.
La
infancia es el momento de conocer, progresiva y lentamente, sabores, alimentos,
formas de cocinado, etc, diferentes. No si no tienen alguna enfermedad,
intolerancia o alergia específica, tienen que, en función de su edad y
actividad, ir probando de todo e ir aprendiendo a hacer una dieta equilibrada
con todo tipo de alimentos.
Al
principio los sabores y olores no deben ser muy marcados. La mayoría de los
productos deben estar bien cocinados, no pasados pero no crudos.
Para
apreciar cosas nuevas es preferible introducir los cambios de uno en uno y no
muchos a la vez porque si hay algo que no nos guste o nos siente mal,
extenderemos esa categoría a todo lo nuevo.
Las
restricciones sin causa real tampoco son buenas. Si un niño no tiene síntomas y
signos de intolerancia al gluten, no es bueno retirarlo de la dieta pues le
podemos crear una dieta complicada y cara sin motivo y una situación de miedo o
prevención innecesarios de por vida.
Uno
de los aspectos mejores de haber tenido y tener una buena educación
alimentaria, además de conseguir con facilidad un estado nutricional óptimo
para nuestras necesidades, es que nos permite abrir nuestra mente y todos
nuestros sentidos a otras formas de vida y de pensamiento completamente
diferentes de las nuestras. Si queremos entender el por qué de otras culturas y
de su evolución, si queremos aprender algo de esos viajes que hacemos o esos
documentales que vemos, o si queremos integrarnos en esas sociedades a las que
vamos para ganarnos la vida por obligación, casualidad o intención, debemos
tener interiorizado el que el aprendizaje alimentario es una de las partes más
importantes de la vida de cualquier sociedad, antigua o actual, más o menos
desarrollada.
Somos
lo que somos por lo que comemos y cómo lo comemos, a la vez que comemos lo que
comemos por lo que somos y lo que hemos aprendido.